lunes, 5 de diciembre de 2011

Laberinto


El ocaso se acomoda sobre la montaña
las lucecitas se encienden.
En un farol está él,
de pie, llorando;
la existencia le duele hasta los huesos.
Una luciérnaga le acompaña
mas él sólo quiere la muerte
el vacío, la nada,
esa nada que llena la noche
esa noche parecida a un abismo oscuro,
al sacrificio, a la luvia.
El morir es la salida,
el laberinto se acabó.

Por Lavinia H.

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